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MASONERÍA DE CASTILLA Y LEÓN

Masones a la luz del día

Masones a la luz del día

MÁLAGA

Una logia que opera en la Costa del Sol al amparo de la Orden del Gran Oriente de Francia abre sus puertas por primera vez para sacudirse el estigma del oscurantismo. SUR estuvo en uno de sus encuentros

13.07.08 -

HÉCTOR BARBOTTA

Si el objetivo es pasar desapercibidos, al menos el vestuario falla. La escena se desarrolla un sábado poco antes del mediodía en una urbanización de la Costa del Sol. Pleno mes de julio. Un puñado de hombres se agrupa a las puertas de lo que parece ser un garaje. Visten traje negro y corbata. Se saludan con entusiasmo. El que llega es recibido con abrazos, sonrisas e, invariablemente, tres besos en la mejilla. La efusividad invita a pensar que hace años que no se ven, pero la última reunión la celebraron apenas dos semanas atrás.

Pertenecen a la logia masónica Heracles, constituida en la provincia de Málaga bajo la órbita de la Orden del Gran Oriente de Francia. La mayoría de sus cerca de 25 miembros son de la provincia, pero vienen también de otros puntos de Andalucía, de Ceuta y hasta de Madrid. Para ellos es una jornada histórica. Van a abrir sus puertas. Es la primera tenida blanca abierta, una reunión a la que pueden asistir miembros de otras órdenes y personas no iniciadas, profanos en su terminología, que se celebra en España desde antes de la Guerra Civil. Algunos llegan ya vestidos para la ocasión. Otros lo hacen con atuendo de verano -camiseta, bermudas y chanclas- y mochila en la que llevan el traje.

El grupo es heterogéneo. No hay un patrón de edad -jóvenes de apenas treinta años y hombres que rozan los setenta-, ni de situación económica, ni siquiera de aspecto. Por aquí, un muchacho de larga cabellera ensortijada; por allá otro rapado al cero. Puede verse más homogeneidad en una cofradía o hasta en un equipo de fútbol. Sólo los trajes negros uniforman.

¿Qué es lo que se hace puertas adentro? Según aseguran, debatir los problemas que preocupan a cualquier persona con un mínimo interés por lo que sucede en la sociedad: el derecho a una muerte digna, la educación, la crisis de la cultura; y también temas menos concretos, pero sí con una alta incidencia en la vida diaria como el miedo o el dolor. ¿Qué motiva a alguien a ingresar a una logia masónica? «Quería darle un cambio a mi vida, encontrarle un sentido», explica uno. Hay quienes quieren acceder a un mayor conocimiento. También están los que lo consideran un círculo de influencia. Estos últimos, según aseguran, o no son aceptados si se detectan sus intenciones o se acaban yendo si, una vez dentro, comprueban que medrar en la masonería no es fácil.

Discreción

Quienes acceden a hablar piden discreción. Ni nombre ni procedencia. El visitante ya había sido advertido de que no podía llevar cámara fotográfica. Le ruegan también que no dé demasiadas indicaciones sobre la localización del templo.

Los masones están interesados en que se conozca su actividad, quieren sacudirse el estigma del oscurantismo que todavía los persigue, pero no desean perder la reserva heredada de siglos de persecución.

Los asistentes a la reunión esperan al consejero de la Orden, el francés Guy Agopian, quien se ha desplazado desde su país para participar en la tenida. Trajes negros inmaculados y guantes blancos. Dos mujeres cuyas manos también cubiertas con guantes revelan su condición de masonas integran el grupo. Seguramente pertenecen a otra logia porque la Orden del Gran Oriente no admite mujeres. «Es un problema pendiente, algo que tenemos que cambiar. En el siglo XVIII se consideraba que la mujer no tenía capacidad intelectual para debatir, pero hoy es algo que no tiene sentido», reconoce no sin rubor uno de los asistentes. ¿Para cuándo se abrirán las puertas a la mitad de la humanidad hasta ahora marginada? «Las cosas de palacio van despacio», justifica uno de los hermanos. El asunto se está debatiendo. Sin prisa.

La seriedad va invadiendo el ambiente, y revela que la ceremonia está a punto de comenzar. Desde dentro del templo llega la última instrucción, que se va transmitiendo por el boca a oreja: sin guantes. Los hermanos reciben la noticia con alivio. El mercurio no baja de 30 grados. Alguno bromea con el visitante: «Ahora empezamos con los sacrificios humanos».

A esta altura resulta increíble que tras las puertas de ese garaje que ocupa el subsuelo de un edificio de apartamentos turísticos a medio centenar de metros del mar pueda haber un templo masónico. Pero sí.

Misterio

Se abren las puertas. Invitados primero. El visitante tiene la sensación de estar a la puertas de desentrañar un viejo misterio.

En el vestíbulo ya se aprecian algunos de los símbolos masones. El damero, las espadas -heredadas de las raíces militares de algunas logias-, el triángulo, las granadas. Es el 'salón de los pasos perdidos', donde destaca una biblioteca con varias decenas de volúmenes con temas de la masonería. También un libro de visitas, donde la mayoría firma con nombre supuesto, costumbre heredada de los tiempos de la clandestinidad.

Suena una música suave. Una mesa preside el templo, tenuemente iluminado, y a los costados, contra las paredes laterales, las sillas donde el maestro de ceremonias va situando a los visitantes. Después entran los masones. Algunos llevan gruesos collares de tela morada. Son los que tendrán algún papel relevante en la ceremonia. No será un rito habitual. La presencia de una veintena de profanos impide celebrarlo.

Uno de los participantes prepara lo que se denomina una plancha, un escrito en el que fija una posición sobre el tema de debate. Y después, los hermanos intervienen. Todo según los principios de tolerancia y concordia y siguiendo unos ritos rígidos. La plancha de hoy ha sido preparada por Agopian y se refiere a la vigencia de la masonería en el siglo XXI.

El venerable maestro ocupa la silla principal en la mesa que preside la sala. Comienza la ceremonia. Uno de los vigilantes apostados junto a la entrada anuncia: «Estamos reunidos en un recinto al que no puede llegar la agitación exterior».

El maestro interroga al otro vigilante: «¿Qué nos enseña la francmasonería?». «Nos enseña que no nos debe perturbar ninguna pasión y que debemos juzgar todo con imparcialidad y tolerancia».

El maestro vuelva a intervenir para recordar que la francmasonería «es una escuela a la que son admitidos aquellos que tienen determinadas aptitudes», y lo que enseña es «el arte de pensar y descubrir por sí mismo los elementos de su convicción». La masonería, concluye el maestro, no posee la verdad, «sino que intenta encontrarla».

Ahora interviene el consejero Guy Agopian, toda una personalidad para los iniciados. Durante 40 minutos desgrana argumentos sobre la vigencia de la masonería a esta altura de la historia. Cita una larga lista de celebridades que fueron masones: Mozart, Roosevelt, Simón Bolívar, Churchill, Blas Infante, Pérez de Vargas, Louis Armstrong, Nat King Cole... y recuerda los valores de la orden que representa: la primacía de la razón y la ciencia sobre toda creencia religiosa, el laicismo, la libertad de conciencia y de expresión, los derechos del hombre.

Secretismo

¿Hace falta tanto secretismo y tanto ritual para discutir estos temas? «No somos secretos, somos discretos», repiten una y otra vez en lo que parece una consigna bien aprendida, una vez que acaba la ceremonia.

De hecho, el secretismo (o la discreción) es un hábito heredado de siglos de una persecución que comenzó en la Edad Media y que en España tuvo continuidad durante el franquismo.

¿Y el empacho de ceremonial y de símbolos? «Sin trabajo simbólico no hay francmasonería», dijo Agopian en su intervención. Otro iniciado lo explica con sus palabras: «Todos vivimos rodeados de símbolos, hasta el logo de la Coca Cola es un símbolo, nosotros tenemos los nuestros». Los masones españoles, más de 12.000 antes de comenzar la Guerra Civil, menos de 5.000 hoy en día, todavía prefieren el anonimato a pesar del régimen de libertades asentado tras 30 años de democracia. «El librepensamiento nunca ha estado bien visto, y no sabemos lo que puede pasar en el futuro», sostienen.

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