Masonas, las pioneras del feminismo en España
En sus inicios, las logias eran masculinas, pero algunos miembros estaban a favor de la integración de mujeres.
La historia del feminismo en España está estrechamente ligada a la de la masonería. Esta institución apareció en la península ibérica en 1728 al amparo de masones iniciados en el extranjero y, a pesar de la extrema severidad de las persecuciones a las que se vio sometida durante varios períodos, se extendió rápidamente. El reinado de Carlos III, déspota ilustrado, fue el único que permitió la creación del Gran Oriente de España en 1780. El poder de la Iglesia amordazó el movimiento y el rey absolutista Fernando VII lo declaró ilegal.
Sin embargo, la Revolución de 1868 y el Sexenio Democrático que la siguió conllevaron una serie de reformas liberales como la libertad de culto, de enseñanza y de asociación, lo que hizo surgir un clima de libertad ciudadana que permitió el desarrollo y la consolidación de logias masónicas que reunían tanto a republicanos como a espiritistas o incluso a anarquistas.
Logias de Adopción
En sus inicios, las logias eran masculinas, pero algunos de sus miembros, por el principio de igualdad (que es el código ético intrínseco al movimiento), estaban a favor de la integración de mujeres con el fin de llevar a cabo todos juntos el proyecto declarado del Gran Oriente de España: erradicar el analfabetismo mediante la educación —en escuelas únicas y laicas, lejos de la influencia de la Iglesia— de todas las capas sociales y, especialmente, de los niños, cuyos derechos fundamentales debían ser respetados.
No existía un estatuto que regulara la presencia de las mujeres en las logias. Sin embargo, la difusión de ideologías como el krausismo favorecieron el reconocimiento de su condición. Las mujeres ingresaban en las logias masculinas y asumían las mismas tareas que los hombres. Después, una vez que el número de mujeres en una logia masculina se consideraba suficiente, estas se unían a una logia de Adopción, constituida únicamente por mujeres y apadrinada por una logia masculina.
La Liga de Educación y Enseñanza
Así fue como, entre 1868 y 1900, cuatrocientas mujeres se unieron a la masonería en España y se comprometieron en la vida pública con la intención de rechazar los estereotipos de género que hacían de la mujer un “ángel del hogar” asociado sin remedio a la delicadeza, la discreción y la sumisión. Las masonas querían que se respetara la dignidad de la mujer y su derecho a ser independiente, cualquiera que fuese su condición social. La educación universal era una prioridad, como muestra el hecho de que la Liga de Educación y Enseñanza (LEYE), que fue creada por varias logias, estuviera dirigida por dos masonas, Ana María Ronda Pérez y Matilde Muñoz.
Las masonas españolas del siglo XIX eran anticlericales, feministas laicas, librepensadoras y muy activas: promovían reuniones y publicaban artículos y columnas en la prensa liberal. También crearon asociaciones y organizaban manifestaciones. No todas tenían la misma sensibilidad en el seno del movimiento. Así como muchas eran partidarias de la emancipación total de la mujer, una minoría (entre las que se encontraba Mercedes Vargas de Cambó, escritora catalana que se unió a una logia en 1883) persistía en vincular de forma intrínseca a la mujer, influencia principal del espacio privado y, por tanto, educadora de su familia, con la maternidad.
Otras fueron más lejos en la causa feminista. Por ejemplo, Concepción Arenal publicó en 1869 su ensayo La mujer del porvenir, que presentaba a la mujer como un individuo autónomo que debía integrarse en la sociedad y en el mundo laboral. En su obra La mujer de su casa, publicada en 1883, afirmaba también que desear para la mujer la perfección en el seno del hogar no era motivo de progreso social, sino que, al contrario, con esta actitud se mantenía a la mujer en la sumisión y la ignorancia, puesto que carecía de independencia financiera y su educación era deficiente. Concepción Arenal tenía el apoyo de Emilia Pardo Bazán, otra escritora masona que rechazaba el sometimiento de las mujeres y que, a pesar de la gran oposición que encontró, consiguió ocupar una cátedra de Literaturas Neolatinas en la Universidad Central de Madrid.
Rosario de Acuña, por su lado, cuando ingresó en la masonería en 1886, era ya una escritora comprometida que afirmaba que las mujeres eran los verdaderos motores de los cambios sociales. Fue una de las pocas masonas aristócratas, pero su discurso sobre la emancipación de las mujeres, a menudo radical, y su comportamiento, contrario a veces a las reglas estrictas de las logias de Adopción, la convirtieron en un electrón libre y, en ocasiones, denigrado. En 1891, representó El Padre Juan, una obra de teatro anticlerical que fue un escándalo, y puso en marcha una granja avícola que proveyó a toda España de unos huevos de una calidad excepcional… Para ella, la regeneración social solo era posible a partir de una vida en contacto con la naturaleza, alejada del consumo a ultranza, de los dictados de la moda y del ritmo desenfrenado de la ciudad.
Tanto en sus discursos como en sus artículos, llamaba a las mujeres a tener conciencia de su valor y de su capacidad para mejorar la especie humana. A pesar del acoso continuo que la obligó a exiliarse en Portugal, continuó su lucha sin descanso.
Hubo otras masonas que sufrieron persecuciones similares, como fue el caso de Ángeles López de Ayala. Creció en el seno de una familia burguesa liberal de la que algunos miembros eran también masones. No tardó en ingresar en una logia ni en mostrar su compromiso en favor de la autonomía de las mujeres mediante la publicación de numerosos artículos en la prensa liberal. Llegó a estar a cargo de una columna en Las dominicales del libre pensamiento. Declaró abiertamente que la mujer debía liberarse tanto de la influencia de la Iglesia como de la dominación masculina. También rechazaba la monarquía. Estas ideas eran tan radicales que su casa fue incendiada y ella misma fue objeto de dos intentos de asesinato. Aunque estuvo varias veces en prisión, eso no impidió que continuara defendiendo públicamente la masonería.
Igualmente cabe citar a las hermanas Amalia y Ana Carvia, que ingresaron en una logia en 1887 y crearon la Fundación de Huelva, que trabajaba para liberar a la mujer de la moralidad cristiana. Con el fin de alcanzar una visibilidad y audiencia mayores, algunas masonas se asociaron, como fue el caso, en 1889, de Ángeles López de Ayala, Amalia Domingo Soler (novelista y espiritista) y Teresa Claramunt (obrera anarquista). Esto llevó a la creación en Barcelona de la Sociedad Autónoma de Mujeres, cuyo objetivo declarado era motivar a las mujeres de toda clase y condición para que participaran en los debates políticos y culturales.
Las reivindicaciones avanzaban y, finalmente, las mujeres llegaron mucho más lejos de lo que los hombres se esperaban: el compromiso por un mundo mejor y más igualitario guardando el respeto por los esquemas tradicionales se convirtió en una lucha por la liberación de todas las mujeres y en todos los niveles de la sociedad. Siguiendo el ejemplo de Belén Sárraga (incorporada a la masonería en 1896), una de las primeras mujeres médicas de España y partidaria de la separación de Iglesia y Estado, las masonas feministas de los últimos años del siglo XIX, que rechazaban cada vez más la burocracia y la jerarquización de sus miembros, trabajaron por la integración de las mujeres obreras en las logias; una necesidad, según ellas, para la lucha común que se anunciaría en los albores del siglo XX: la obtención de la igualdad de derechos políticos y el sufragio femenino.
Christelle Schreiber-Di Cesare es doctora en Estudios Romanos y profesora de la Universidad de Lorraine (Francia).
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
FUENTE: https://elpais.com/sociedad/2018/09/26/actualidad/1537964544_186888.html